#ElPerúQueQueremos

Los hombres de Madrid: ellos también lloran

Publicado: 2012-01-24

 Hay algo que me está seduciendo de Madrid. Que me viene descuadrando el cerebro y rompiendo con los paradigmas que importé de Perú. Es la cruda sinceridad de los hombres para decirle verdades a una mujer. Es una sinceridad perversa y bastante indiscreta, que antes me ponía los pelos de punta, pero ahora me enternece.

Han pasado tres meses desde que llegué a Madrid con el claro propósito de estudiar y, por qué no, tomar nuevos aires. Pues en ese tiempo, los compañeros de clase, vecinos y otros amigos que me he cruzado en el camino han venido con una naturalidad tan drástica al hablar, que en un primer momento solo quería correr (no sabía qué hacer, no sabía qué responder), pero hoy los escucho con amabilidad y me sorprenden con algunas ‘chiquitas’ que no puedo evitar soltar una carcajada hasta llegar a tener cosquillas en la barriga.

Ellos no son como los hombres de Lima, pues no marcan tanta distancia o tratan de mostrar su mejor cara con alguien del sexo opuesto. Y no me refiero solo a las “potenciales” relaciones. Esa sinceridad masculina la encuentras en la persona que te atiende en un autoservicio o un compañero de clases. Si vas a un restaurante y le pides al mozo que te atienda, pues este puede responder bruscamente: “Venga, pues te esperáis hasta que termine de atender al otro cliente”. Por el contrario, un mozo en Lima respondería “Uy, señorita, ahorita la atiendo, no desespere. En diez minutos su pedido está listo”, mientras hace un guiño y mira con cara de compungido. ¿Notan la diferencia?

Hace poco le incriminé a un compañero de clases que cómo era posible que a los 27 años nunca hubiese trabajado. Pensé que me iba a responder algo así como que “no me hallo a mí mismo” o “todavía no he encontrado el trabajo en el que pueda plasmar mis verdaderas capacidades”. Pues no. Literalmente me dijo: “Hombre macho, ¡para qué te voy a mentir! Acá en Madrid uno se la pasa demasiado bien si vivís de la pasta (dinero) de tus padres. Quién no va a querer tener mi suerte, si todos estos años he sido un mantenido de mi papá”. Reflexión: me encantó la espontaneidad de esa respuesta libre de mentirillas piadosas.

Tampoco se hacen los fuertes y hasta pueden desvestirse a la hora de mostrar una faceta que en Lima consideramos le atañe solo al campo femenino. Por cuestiones de trabajo, el pasado diciembre conocí a V. Nos encontramos en un restaurante en el barrio de Malasaña. Empezamos a conversar sobre negocios, pero luego de tomar un par de cervezas se soltó conmigo y me contó que tenía 31 años y por eso ya se sentía listo para tener ‘chavales’ (hijos). “¿Te imaginas? Qué lindo tener hijos para enseñarles mil cositas. Y prefiero que el primero sea mujer, pues ellas son más apegadas al papá. No quiero que pase mucho tiempo, no quiero ser un papá con canas”. Poco más y me pongo a llorar mientras lo escuchaba. Los hombres en Lima corren despavoridos cuando escuchan a una mujer soltera en sus 30 reclamando que ya quieren tener hijos. Pues en este caso, yo tuve que tomar la posición contraria y traer al chico un vaso de agua para que tragara saliva, se calme y no desbordara tantos instintos “maternales” frente a una desconocida.  

En esta ciudad empiezo a comprender que ambos sexos siempre están en la misma posición y nadie tiene por qué mostrarse más sumiso que el otro. “El hombre propone y la mujer dispone” es una reverenda tontería que nos ha impuesto una sociedad machista y conservadora. Pocos días atrás una amiga de Lima decía que quería “vivir en un mundo donde la mujer pueda tomar la iniciativa con un hombre y no estar, al mismo tiempo, disparándose a los pies”. Lo curioso es que hacía dos días yo había ido a una discoteca donde conocí a un chico muy simpático con el que me quedé conversando toda la noche. Cuando el local cerró me acompañó hasta mi casa. Mientras movía la llave de la puerta de mi edificio, yo esperaba que preguntara por mi teléfono, para al día siguiente aguardar sentada por su llamada, como en tantas ocasiones me ha pasado.

Pues el muy vivo me tomó por sorpresa cuando sacó el celular que tenía en mi bolsillo, digitó sus coordenadas y las guardó en la memoria de mi teléfono. En ese preciso momento no entendía lo que estaba pasando hasta que dijo: “Bueno, acá tienes mi número. Si quieres, tú me buscas. No tengo problemas en contestarte el teléfono y visitarte cuando quieras. Eso sí, no me llames tan temprano que estoy durmiendo”. ¡Me mató!!! Me quedé atónita con tremenda reacción y hasta me sentí bastante estúpida. Pero siendo sinceros, ¿es que acaso las mujeres de Lima no podemos proponer? ¿Quién nos enseñó a no tomar la iniciativa con ellos cuando no dé la gana? Dejemos de ser tan hipócritas...

No niego que también tengo mis quejas hacia los hombres de Madrid. A veces te sueltan algunas que en realidad no pediste escuchar ni preguntar. Una puede estar sentada muy concentrada en sus tareas un viernes por la tarde y de pronto un compañero viene y te confiesa sin tapujos que hoy quiere “ligar” (término para referirse al hecho de conocer una chica una noche y llevársela a la cama). ¿Por qué yo tengo que enterarme de esas cosas? Y si no tengo que preguntarles nada, pues estos españoletes sueltan sus verdades sin cargo de conciencia, pocas son las ganas que a mí me quedan por querer conocer a jóvenes cuyo pensamiento más profundo siempre sea “querer ligar”, y no prefieran tener una conversación más distendida con una extranjera.

El problema es que ese “tira y afloja” al que tienen que someterse las mujeres de Lima con sus respectivas salidas es para matarse. Un día un hombre llama y te dice que simplemente está hecho para ti, y al día siguiente desaparece ¡sin explicación! Y cuando piensas que ya es hora de pasar la página e “ir por otro”, reaparece y te lleva a tomar heladitos. Entonces una se cuestiona si tiene una relación formal o un nuevo amigo cariñoso. Llega el momento en que nos armamos de valor y les preguntamos las aterradoras palabras “¿qué onda entre nosotros?” ¡Mal! ¡Se asustan! Diría que el 80% de los hombres en Lima ha sido criado para callar, para hacerse el indiferente y para esconder lo que en verdad piensa o siente. Y son peores a medida que van cumpliendo más años.

En Lima terminé con los ánimos por los suelos al desilusionarme de mi última, penúltima y antepenúltima relación. Terminé cansada de tener que reclamarles por sentimientos escondidos hasta que me digan algo. Tampoco creo que haya caído en la ciudad de cupido. Pero la verdad de todas las cosas es que en Madrid empiezo a sentirme más libre y aliviada, pues ya no tengo que enfrentarme al hombre prototipo de Lima que casi siempre habla con frases cargadas de doble sentido. Acá los españoles te dicen lo que simplemente quieres y no quieres escuchar. Y yo también empiezo a sincerarme con ellos sin remordimientos.


Escrito por

ianamalaga

Tengo una colección tan grande de historias personales que ya solo me queda burlarme de mí misma.


Publicado en

El Club de la Manzana

Otro sitio más de Lamula.pe