#ElPerúQueQueremos

Busco mi voz contenida en un cuerpo chiquitito

Publicado: 2012-02-21

Tengo un cuerpo chiquitito. Soy pequeña y flaquita, por lo que para muchos puedo parecer una muñeca frágil. Como esas muñecas de porcelana que hay que tener cuidado que se rompan.

Ya me acostumbré. Tener un cuerpo chiquitito me otorga otra percepción de la realidad. No soy como los medianos o los altos que siempre miran de frente. Yo me esfuerzo un poco más, pues la mayoría de las veces tengo que levantar la cara hacia el cielo para observar a otros. Pero no se preocupen, que siempre miro. Claro que muchas veces no me queda otra que calibrar mi obturador y ajustar muy bien los ojos para ver las cosas sin tratar de perder ningún detalle de la realidad. Se ha convertido en mi reflejo vital. A veces siento que de tanto fijar la mirada sobre algo (puede ser un objeto, un tema o una persona), mi intuición o sensibilidad se ha vuelto un tanto más aguda que la de otras personas que me rodean. Quizá esté pecando de farsante, pero es lo que yo siento. Y ya no me da miento contarlo.

Tengo un cuerpo chiquitito que de más pequeña no terminaba de aceptar. Pero no importa, ya me di cuenta que contiene mucho. Hace unos años soñaba con ser más alta, pues solo pensaba que así podía trabajar de modelo de pasarela. No lo sé. Hubo un tiempo en que solo quería crecer unos cuantos centímetros más para así ganar varios billetes, por el simple hecho de que mi cuerpo esbelto apareciera en revistas de moda. No fue así. En mis primeros años de universidad tuve que conformarme con aceptar el cargo de cajera en una conocida librería para poder sobrevivir sin la ayuda de mis padres. No me quedaba otra. ¡Pero vaya suerte que tuve! Aunque en ese momento no lo valoré, en esa enorme librería del Jockey Plaza aprendí, sin darme cuenta, el grandioso poder que tienen las palabras contenidas en los libros bien escritos.

Era un tiempo en el que me sentía muy triste, pues no tenía idea qué hacer por la vida. No me encontraba y era desdichada, pues no podía ser modelo. Ya me lo había advertido una vulgar secretaria que me atendió en esas agencias de anfitrionas que hay en Lima y ofrecen fama y fortuna a chicas desorientadas. “Eres demasiado chatita para trabajar de anfitriona o modelar”, tuve que resignarme a escuchar. Y mi sueño de salir en la portada de cualquier revista para adolescentes se desplumó. Me cortaron las falsas alas que en ese momento yo quería desplegar.

Como la mediocre secretaria detrás del mostrador se robó mi primer sueño (menos mal luego surgieron otros más creativos), un día decidí ser más mente que cuerpo. Vestirme con ropa holgada y con tallas bastante más grandes que la mía, para así esconder mi verdadero cuerpo de muñeca. Pensar, pensar y refugiarme en los libros se convirtió en mi primera opción.

Me conformé con mi humilde trabajo de cajera en una conocida librería. Vendía libros y si vendía más, mi jefe me premiaba con llevar gratis a casa obras para leer. No me interesaba el género que fuese, con tal de que las primeras líneas captasen mi atención. Por aquellas épocas habré leído mucho de cine, psicología, autoayuda, filosofía, religión, cuentos y narrativa. Y aunque reconozco que no todos los libros que llevaba a casa los pude terminar, lo importante para mí era recibir conocimiento.

Tener un cuerpo chiquitito a veces sí me ha resultado contraproducente. Sobre todo cuando, con algunas copas encima, masas enormes de cuerpos masculinos se abalanzaron sobre mi persona sin que yo lo pida. Ellos se arrojaron sobre mí sin demasiado esfuerzo y yo no los pude detener. No tengo la fuerza física para eso. Muchas otras veces también me dejé llevar. ¡Para qué lo voy a negar!

Tengo un cuerpo chiquitito pero no se asemeja en lo más mínimo a mi fortaleza. A primera vista parezco un gatito pequeño que maúlla y siempre se muestra sumiso y calmado. ¡Es solo la primera impresión! Cuando algo me aturde y me molesta, saco las garras, exijo y grito hasta conseguir lo que quiero. El gato se convierte en un feroz felino que va en busca de su presa. “Calma, calma, por favor tranquilízate”, me piden los demás. Pero a veces también hay que gruñir y chillar para no dejarse comer por los demás.    

De más pequeña convertí mi cuerpo chiquitito en canto. De mi boca fluía una voz fuerte y melódica que hacía rechinar las vitrinas del auditorio de colegio donde estudié. Mis amigas se sorprendían por eso. Era chiquitita pero con mucho empeño saqué a relucir mi mejor voz. Como un zapato que todos los días lustraba para mantener impecable. Las fosas de mi nariz se agrandaron, pero no importaba, yo solo quería cantar. ¿Qué pasó con mi voz? ¿Adónde te fuiste voz? “Nunca me fui, allí estoy, esperando que me recuperes”, me responde. Lo haré. Me daré mi momento para cantar, aunque sea solo para mí.

La voz se transforma. El trabajo en la librería me mostró un nuevo camino y un día decidí convertir aquella sensibilidad que tenía para cantar con las palabras. ¡Letras vengan a mí! Enséñenme a cantar a través del abecedario. Y quise ser periodista. El aprendizaje no fue nada fácil. Es mucho más difícil cantar cuando se escribe, pero al menos sigo en pie. Ni el peor de los críticos mala leche que pululan por allí me detiene. ¡Nadie más hará añicos mis sueños! La lección es nunca quedarse callada. Porque lo que no se nombra o no se canta, simplemente está condenado a desaparecer.


Escrito por

ianamalaga

Tengo una colección tan grande de historias personales que ya solo me queda burlarme de mí misma.


Publicado en

El Club de la Manzana

Otro sitio más de Lamula.pe