#ElPerúQueQueremos

La iniciación

Publicado: 2012-05-03

La verdad nos hace más libres

“Hace un tiempo viajé a la India para encontrar paz, pero descubrí que en el país hay mucha competencia por encontrar la divinidad. Qué afán de creerse superiores. No lo podía soportar”, me dijo un amigo madrileño. De solo pasear sin turbante lo miraban mal. “¡Imagínate! Había ‘yankees’ que dejaron su ajetreada vida de ejecutivos para dedicarse a cultivar su lado espiritual. Pero ellos me discriminaban por no ponerme túnica. Me trataban con desprecio solo por querer ser un occidental convencional. Así terminé más estresado que cuando recién llegué”.  

Supongo que para mi amigo esa era una anécdota más de las muchas que tiene de tanto viajar. Pero es en aquellas dosis de honestidad donde yo encuentro cierta serenidad. He caído en una cultura donde la gente es algo ruda para soltar lo que piensa (como lo mal que uno se vistió). Se trata de pequeñas o grandes verdades que escucho día a día en muchos españoles. Algo que no encontraba como costumbre generalizada en mi sociedad.

Bien dicen que el encerrarte toda la vida en una misma cultura hace que pierdas la perspectiva de la realidad. Pues hasta hace unos meses yo creía que las cosas siempre se movían del mismo modo. Eso me hacía sufrir y me motivaba a encerrarme en mi caparazón. Siempre me quise ayudar. Por eso, de más joven sentí que, para escapar y apaciguar mi aturdida mente, tenía que vivir experiencias trascendentales. Así no tendría que soportar la frivolidad en la que muchas veces me vi envuelta. De allí que me adentrara en las enseñanzas de un maestro hindú. Me vi todos sus videos con tal de asimilar su sabiduría. Mis hermanas se reían de mí. “Se ha vuelto loca”, decían. “Oye, tienes 19 años. Anda a fiestas y conoce chicos”. Pero yo solo pensaba que las chicas de mi edad eran las que se habían entregado a una existencia profana y ordinaria. En cambio, si yo ahondaba en la técnica del maestro hindú, llegaría al nirvana, mientas mis amigas perderían sus almas en los goces de la carne.

¡Qué ingenua fui! Finalmente, cuando descubrí que los preceptos del maestro eran demasiado exigentes y no tenía tiempo para ponerlos en práctica, desistí. Lo siento. En aquel tiempo tenía que estudiar seis cursos en la universidad y trabajar a la vez. Era demasiado sacrificio. No había tiempo para alternar mis labores cotidianas y hallar la iluminación.

Pocos años después retomé la búsqueda. Entonces descubrí un sin número de rituales para entrar en conexión con uno mismo. Tal vez esa exploración interior se asentaba en el hecho de no aceptarme con mis virtudes y defectos. Sí pues, soy diferente, como todos. Pero como no lo sabía (o me costaba reconocerlo) fui a encuentros budistas, asistí a campeonatos de reiki y descubrí que en Lima hay toda una legión de individuos que ha adoptado diferentes creencias en ese afán de encontrar una plenitud irreconciliable con el mundo material. Allí están los que rinden culto al calendario Maya o los de un encubierto movimiento celta. También experimenté con algunos métodos de meditación alternativos con la idea de eliminar los “agregados mentales que me generaban sufrimiento”. Otros colectivos me ayudaron a focalizar mi respiración para dominar mis alteraciones lunares.

Me leí todos los libros de Paulo Coelho (hoy no se los recomiendo a nadie) y varios bestsellers de autoayuda que las editoriales venden como pan caliente a individuos confundidos que no han encontrado su verdadero destino. También tomé plantas espirituosas (y las respeto), pero no estaba preparada. No era mi momento para dejarme llevar. “¿Qué pasa muñeca? ¿Por qué lloras por dentro?”, me dijo la chamana mientras mis compañeros entraban en trance. No pude más. Salí corriendo de la sesión.

Pese a intentar con varias corrientes metafísicas, no hallé el éxtasis que reclamaba. Cada quien es diferente y yo por mi parte no creo que llegaré a la verdad absoluta a través de la meditación profunda, ni los libros de autoayuda (que ya boté a la basura), ni siendo parte de ninguna asociación espiritual. “¿Qué es la vida? Ohm”, se preguntaban muchos adultos mientras respiraban pausadamente en las reuniones que asistí. Pero sospecho que ellos tenían más tiempo que yo como para poder entregarse en cuerpo y alma a estas prácticas. Yo tenía que dedicar casi todas mis energías al trabajo para sobrevivir. Creo que por esa razón ellos me discriminaron un poco. Tal como le pasó a mi amigo español.

Así seguí con mi rutina un tanto estresada y perturbada. Sin embargo, una voz interior me decía que me alejara de todo por un tiempo para replantear mi programación interior. Precisamente, fue en el otro lado del charco donde encontré una damisela que se presentó como “experta en enderezar estados alterados” que me soltó: “Todo bien contigo, solo tienes que trabajar tu equilibrio emocional que parece ser un desastre”.

– ¿Qué dices? –repliqué.

– ¿Acaso no tienes dolores de barriga constantemente? ¿Acaso no sufres de estrés?

– ¿Cómo lo sabes?  

– Eso es porque no dices lo que sientes. –inquirió, mientras sus ojos brillaban. –No puedes seguir guardando todo. Conozco a las personas como tú. Frecuentemente se sienten desbordadas por emociones que no saben cómo canalizar.

La escuché con escepticismo, pero decidí hacerle caso. Entonces me ordenó que aproveche mi estadía en otro país para cambiar esa parte de mí que me frenaba. Y me dio una encomienda que estoy tratando de cumplir: “Quiero que escribas sobre ti. Quiero que apuntes en un papel todos aquellos episodios donde te sentiste mal o perdiste el control. También sobre aquellas personas que tú dejaste que te hicieran sentir mal y no tomaste medidas al respecto. Una vez que lo apuntes todo, trata de cambiar el desenlace de futuras situaciones similares siendo sincera contigo y los demás”.

¿Y si no lo hago bien?, cuestioné. Ella me recriminó y antes de marcharse sentenció que no importaba el fondo y la forma. Lo fundamental era que encontrara la vía para desahogarme. Pues si ese era el caso, me daría la licencia de publicar algunos episodios trascendentales. No podría ser tan malo.

La damisela tenía razón. A veces nos enfermamos por no chillar verdades importantes. No era misticismo lo que necesitaba, sino ser honesta con mi entorno. Personalmente, vivía frustrada por no hablar con mis familiares y mis parejas lo que yo sentía cuando actuaban de tal o cual manera. ¡Y qué bien se siente liberarse a través de las palabras!

No creo que por estas épocas encuentre la iluminación (de hecho estoy experimentando con mi parte más humana), pero al menos ya sé qué me hace vivir más tranquila. Quizá hable demasiado o puede que esto le choque a algunos, pero así no entramos en malentendidos. Si no me explayo, mis sentimientos se enquistan por dentro hasta podrirse.

Alejarme de mi contexto natural también ayudó. Irse ayuda a aprender a mirarse. ¿O acaso me estoy redescubriendo en una cultura donde la gente es menos hipócrita y los rollos se arreglan sin tantos rodeos? Destaco de los madrileños que son más directos para soltar sus vainas.

El muro de contención que yo misma creé cuando decidía callar o hacerme la indiferente ante situaciones de rabia e impotencia empieza a derrumbarse. No creo que esté mal el haber conocido tantas prácticas espirituales para equilibrar el cuerpo y la mente. El ensayo y error me hizo descubrir lo que yo más necesito. Es importante buscar como un arqueólogo. Sin búsqueda es imposible encontrar valores. Gracias a mi exploración personal he descubierto que yo puedo ser mi propio maestro zen-zei.


Escrito por

ianamalaga

Tengo una colección tan grande de historias personales que ya solo me queda burlarme de mí misma.


Publicado en

El Club de la Manzana

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