#ElPerúQueQueremos

El más hermoso de todos los oficios

Al menos para mí y otros colegas 

Publicado: 2014-05-05

Cuando era chica no tenía la menor idea que algún día sería periodista. No recuerdo qué me motivó a elegir esta profesión ya que jamás se me cruzó por la cabeza siendo pequeña. Fue en los primeros ciclos de la Universidad que me convencí de que esto era lo mío. De estudiar ingeniería y creer erróneamente que algún día sería jefe de una enorme planta industrial, avanzado el sexto ciclo de esa carrera, decidí cambiarlo todo por estudiar periodismo. En ese tiempo, leía crónicas y reportajes de Hunter S. Thompson, Ryszard Kapuściński, Tomás Eloy Martínez, Guillermo Thorndike, Jorge Salazar y otros buenos cronistas que me inspiraban por su forma de contar historias reales haciendo uso de grandes hazañas literarias. Allí tomé en cuenta que el periodismo no es precisamente un oficio para valientes, es un oficio para curiosos (por cierto, yo soy excesivamente curiosa).  

A mis 22 años empecé por los vericuetos de esta profesión. Mis pinitos lo hice en esa revista que la semana pasada estuvo en boca de todos por no ceder ante los caprichos de la señora Nadine de no publicar su entrevista. Allí conocí a mi primer editor, un chico un poco mayor que hoy es un crítico sibarito de la gastronomía peruana. Aunque a veces era muy duro al criticar mis primeros textos, él me decía que tenía potencial y me dio la suficiente confianza para seguir en esto. Es en el local de esa revista ubicada en el corazón de Miraflores donde empecé a sentir la endulzante adrenalina y estrés de mis primeros cierres de edición.

Luego hice prácticas y trabajé en otros medios escritos y televisivos donde agarré cancha en diversas secciones: espectáculos, cine, locales, política y periodismo corporativo. Hasta que terminada la Universidad, ingresé a trabajar en un gran diario, dicen algunos que el más importante del país.

Fue por mi esfuerzo pero sobre todo mi entusiasmo que en ese diario dediqué gran parte de mi tiempo y recursos en hacer notas y reportajes enfocados en el lado más social de la Economía. Y me encantaba. Durante algunos añitos me la pasé de lo lindo viajando por todo el país, visitando comunidades campesinas y a veces tribus nativas. Eso me ayudó a ampliar mi visión de las cosas y dejar de ser una chica que, como decían algunos colegas, venía de un barrio pituco a ser una chica con algo de calle. Por esa premura de la inmediatez, un día yo podía estar conversando con un importantísimo funcionario de un organismo multilateral, al otro viajar a Nueva York a una convención de tecnología y al día siguiente visitar la comunidad campesina más remota del país para preguntarle a una ‘mamacha’ cómo le afectaba el cambio climático mientras ella lloraba porque había perdido la mayoría de su cabezas de ganado en la última temporada. De eso se trata las tantas vidas de un periodista.

Soy un poco tímida –y a veces insegura– pero fue con la práctica del periodismo diario que un día perdí totalmente el miedo de buscar a personajes de todo tipo. Aprendí a formular mejor mis preguntas y aprovechar el preciso instante en que mis entrevistados se habían soltado y ya no se daban cuenta de la presencia de una grabadora para robarles una gran historia. En algunas ocasiones, yo también me sorprendía de las cosas que me hablaban mis consultados y hasta podía llegar a pensar que estaban locos de remate por contarme que estaban forjando un proyecto que en el momento de juntarnos parecía jalado de los pelos; pero al año siguiente veía que su loca idea se plasmaba en una realidad, crecía y daba frutos como los huevos de oro. Por cierto, eso me pasó con los chicos de Enseña Perú cuando los entrevisté allá por el 2009.

Fueron años de correr tras la noticia y de buscar diversos especialistas con diferentes puntos de vista. Gracias al periodismo también aprendí que no existen verdades absolutas. Y es que lo que te dice un sujeto que todos creen “impecable”, al día siguiente puede ser derribado por un dato ‘en off’ que se cuela por allí, un gesto, un paso en falso. Como los detectives, los periodistas no creemos en las palabras (ni en las dulces ni en las feas), queremos hazañas, documentos, cifras y archivos del pasado para comprobar lo que alguien nos dice. Cuando un entrevistado no te contesta la pregunta o esquiva la respuesta con otra repregunta, tendemos a pensar que algo no está bien: si por allí no falsea la información, probablemente esté haciendo una gran omisión. Y perdón por los amigos pero eso también lo aplicamos en la vida diaria.

Por allí gané algunas menciones y reconocimientos durante el ejercicio de mi profesión. Pero sucedió que el año pasado renuncié a mi trabajo porque andaba muy muy molesta con mi profesión. Ni siquiera quería que me llamasen “periodista”. En principio, me parecía insostenible que algunos colegas no reciban sueldos acordes a la titánica tarea que realizan por hacer grandes reportajes en tan solo unas horas. Más allá del salario, me molestaba profundamente que algunos “renombrados” periodistas hoy se la pasen despotricando contra personajes públicos y repitiendo chismes sin ninguna prueba. Pienso que tuve muy buenos profesores de periodismo en la Universidad, pero a mí nadie me enseñó que hoy por hoy uno se hace líder de opinión insultando vía Twitter o echando a correr rumores sin confirmar sobre la vida de otros sin ningún fundamento. ¡Qué feo se pelean los periodistas en las redes sociales!

Tomando un poco de distancia, el año pasado pude comprobar que algunos colegas se la pasan escribiendo unos “supuestos” grandes destapes basándose en informaciones falsas y lanzando una pila de agravios contra una persona cercana al poder, pero sin solicitar su versión de los hechos, sin contrastar la información o pedir por lo menos una segunda fuente. Y así salen del horno “grandes reportajes” que solo sirven para ensalzar el ego del redactor, pero atentan contra la dignidad de muchos y subestiman la capacidad crítica del lector. Ya lo dijo nuestro Presidente luego del escándalo mediático que se armó cuando un político malintencionado dijo por allí que Humala tenía un hijo vástago: “Los medios de comunicación tienen que hacer un acto de contrición al generar acciones irresponsables en el manejo de la noticia”. Hoy repitió que le preocupaba que los medios no se ocupen de informar sobre temas más transcendentales.

No creo que el periodismo peruano está a la altura de las circunstancias cuando la primera mujer que se encargó de ‘espectaculizar’ la noticia en todos los niveles es ahora la primera en quejarse. En una entrevista hecha por Milagros Leiva en el 2012, Magaly Medina recordó aquellas épocas en que los periodistas sufrían grandes persecuciones, “épocas en la que nadie te permitía hablar”. Y si bien los medios fueron los principales protagonistas que lograron desterrar la dictadura Fujimorista, ahora resulta, en palabras de la pelirroja, que hoy ponen sus límites y no se meten en política. “¿Dónde está ese periodismo que se encarga de incomodar al poder? ¿Dónde está la parte investigadora (de los medios) que destape la corrupción; ese periodismo que hacía Hildebrandt, tan incómodo, tan pesado, pero a veces pero tan necesario?”, rezondraba.

¿Si los medios más importantes del país ya no investigan (como dice Magaly) solo me queda esperar la agonía de mi profesión? Algo me dice que no. Ya que algunos diarios y magazines han optado por un modelo que pone la parte comercial por encima de la calidad de la información, me queda clarísimo que los periodistas más modernos (algo que nada tiene que ver con la edad) ya no deben verse como simples peones de una empresa y por encima de todo no deben caer en el perjuicio de la autocensura utilizando todas las armas tecnológicas que hoy tienen al alcance.

Supongo que al principio algunos colegas pasarán hambre o tendrán que “dobletear” en otras cosas antes de hacerse de un nombre, seguir contra la corriente y garantizar al ciudadano información objetiva y rigurosa en vez de caer presas del sensacionalismo o pelearse por dar una primicia mal contada o errónea. Como dijo Gabriel García Marquéz: “La mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”.

Quisiera hacer una confesión: recuerdo algunos cierres de edición muy álgidos en que me sentía una superhéroe por haber plasmado en una hoja de Word historias de personajes y hechos que podían inspirar a otros y cambiar el mundo (o al menos una pequeña porción del mundo). De eso me quise olvidar cuando opté por seguir otros caminos profesionales, pero al fin de cuentas siempre surge “algo” que me recuerda que soy periodista. Hace pocos días me volví a encontrar con mi primer editor en una fiesta. “Te dije seriamente que siguieras en esto”, me soltó con esa franqueza que lo caracteriza. ¿Serán motivos para reinvertarme y volver a ejercitarlo? Quizá es hora de hacerle caso nuevamente (como cuando me daba mis primeras clases de edición) si al fin de cuentas yo me sigo considerando una “notaria de la realidad” en la que vivo.

In Memorian al periodista y escritor Gabriel García Márquez.

“El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad (…). Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.


Escrito por

ianamalaga

Tengo una colección tan grande de historias personales que ya solo me queda burlarme de mí misma.


Publicado en

El Club de la Manzana

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