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No soy una chica fashion, soy una chica cheap

Publicado: 2014-08-14

Mi gran sueño de pequeña fue llegar a ser una gran modelo. Estaba convencida de que con mi cara podría algún día deslumbrar en las pasarelas. Ese sentimiento creció cuando mi mamá me inscribió en un desfile de vestidos para niñas y fui la sensación de la noche. Yo, que tengo cualidades teatrales innatas, ese día me llevé la atención de todo el público. Los dejé boquiabiertos. Tan solo había visto unos cuantos programillas de la TV donde unas modelos europeas, altas, escuálidas y sin sonrisa caminan por grandes tarimas mirando a la nada, para lograr imitar a pie juntillas sus maneras. 

El problema (o el grave problema) es que durante mi adolescencia no crecí los centímetros adecuados para convertirme en una top model internacional. A mis doce años empecé a darme cuenta de que mi tamaño empezaba a estancarse. Entonces, con tal de ir contra mi naturaleza, me colgué por varios meses de una gran barra de la puerta de mi cuarto al tiempo que les decía a mis hermanas que me estiren las piernas. ¡Jalen, jalen mis piernas!, les pedía. Pero pasaban los días y esa medida de fuerza mayor no daba resultados.

Preocupada mi madre por mis conductas extrañas, me llevó a un endocrinólogo para que “acelere” mi crecimiento. “Señora, usted ha debido traer a su hija a los 8 años; no a los 12. Ya no puedo hacer mucho”, sentenció el doctor. Tan solo crecería unos cinco centímetros adicionales si tomaba unas pastillas de zinc. Y así fue. A los 13 años ya había alcanzado mi metro y medio y dos años más tarde con las justas ya medía 1.55 centímetros que hoy muy bien escondo si uso taco 10’.

De chiquilla me daba envidia ver crecer a mis otras amigas del colegio mientras yo ya había alcanzado el tamaño que me acompañaría para toda la vida. Lo recuerdo vívidamente. En nuestras primeras fiestas las más altas ‘planchaban’ porque los chicos con los que parábamos todavía eran unas piltrafas que soltaban cada gallo por el cambio de voz, pero yo pensaba que solo aquellas amigas agraciadas que superaran el metro setenta tendrían el tamaño adecuado para mandar su book de fotos a los mejores ‘model scouters’ de Lima sin pasar roche. Y dejarían de planchar y planchar cuando esos chicos terminaran de madurar.

Obstinada como soy a veces, el dejar de crecer no me impidió soñar con ser modelo. Por buen tiempo seguí pensando que algún día llegaría a ser modelo petit. Un día me llegó a mi correo una convocatoria donde solicitan jóvenes anfitrionas y mandé mi CV con una foto donde no me mostraba de cuerpo entero, tan solo mostraba mi cara. ¡A los pocos minutos me llamaron para la audición! Lo lamentable es que apenas me echó el ojo la señora que hacía las entrevistas señaló: “Damita, es usted muy ‘chatita’ para ser modelo, búscate hacer otra cosa”. Por supuesto, salí corriendo de la audición para que nadie viera cómo mis lágrimas se derramaban por los ojos mientras que mis ganas de ser modelo por fin desembocaron en el desaguadero de los sueños no cumplidos.

Lo único que me salvó de no caer víctima de depresión es que siempre destaqué en los estudios. De tantos honores, mi mamá que, por esa época pasaba ajustes económicos y una separación inminente, me prometió pagarme la Universidad hasta el último centavo. Sin embargo, a mis 18 años yo realmente necesitaba trabajar para poder pagar esos gastos que se requieren para salir con mis patas y divertirme sanamente. Un buen día me ofrecieron debutar en el mundo laboral en una gran librería ofreciendo obras maestras. Fue mi primer gran trabajo y ¡cómo me encantó! En otros momentos vendí chocotejas en la Universidad y también trabajé en una que otra campaña navideña ofreciendo trapos a chicas con porte de modelo en una gran tienda de retail (¡Esa labor sí que no me gustó!).

Fue gracias a esos trabajillos y las buenas notas que me seguí sacando durante los años de la Universidad que poco a poco, como un gotero que cae en la laguna de mis pensamientos, un buen día aluciné que quería ser periodista. Para eso sí tenía bastante cabeza y mi pequeño tamañito no me lo iba a impedir. Pero nadie sabía que por esos años en el fondo de mí andaba bastante contrariada. Toda mi vida me había creído los cuentos que vende la publicidad (esos que proclaman que solo las chicas altas y curvilíneas son atractivas para los hombres muy guapos), por lo que a principios de mis 20 años me vestía con trajes muy anchos y había perdido cualquier sentido de sensualidad. Y cuando un chico muy churro me invitaba a bailar en una fiesta (siempre se me han acercado chicos muy simpáticos y no sé por qué tengo una extraña atracción con hombres que superan el 1.85 de altura), no entendía lo que estaba sucediendo. Discúlpame –pensaba– creo que se está equivocando de mujer; más allá hay otra chica alta y despampanante a la que puedes sacar a bailar. Pero ellos me demostraban que solo querían bailar la pieza conmigo, y se ponían más insistentes cuando les conversaba de cómo me encantaban los cursos de periodismo que llevaba en la Universidad. Pero yo renegada, seguía pensando que se habían equivocado de mujer… por no tener el tamaño y las curvas que portan las modelos de Vogue.

Pasó el tiempo y empecé a salir y enamorarme de hombres académicos o literatos que me repetían que yo les gustaba por el solo hecho de poder pensar y conversar harto conmigo. Por aquellas épocas también me empecé a enamorar del periodismo político y económico, una de mis grandes pasiones. Entonces dejé de interesarme si cumplía o no con los cánones de belleza que dictan los medios de comunicación. Dejé de compararme con modelos y empecé a compararme y seguir los pasos de mujeres que a costa de mucho esfuerzo y con nada a su favor logran salir adelante. ¡A esas sí que yo admiro un montón! Un día también empecé a arreglarme un poquito más y vestirme mejor.

dedicada a las mujeres gorditas y "bellas"

Es que con los años entendí que todos los estereotipos de belleza que nos impone la publicidad son mentira. O al menos una buena parte. Un estudio global de Unilever realizada a 3,200 mujeres encontró que el 68% de ellas estaba de acuerdo con que los medios de comunicación imponen estándares de belleza irreales que la mayoría de las mujeres jamás podrá lograr. ¡Pero qué mentiras más absurdas a veces nos tragamos las mujeres!

No sé qué habría sido de mí si lograba cumplir mi primer sueño de invadir las pasarelas, pero creo que hoy soy más afortunada de lo que inicialmente pensé. En mis 30 no tengo que preocuparme de que me retoquen con Photoshop en las fotos, jamás me he sometido a una operación invasiva, increíblemente todo sigue en su sitio y –no sé si será solo mi percepción– creo que me veo mejor que aquellos años en los que quería ser modelo. 

Un buen día lo entendí todo. Los medios ejercen un círculo vicioso sobre las más jovencitas a quienes aturden constantemente con estándares de belleza que no representan lo complejas que somos y la harta variedad de mujeres que existen en el mundo. Solo muestran una pequeñísima parte de la realidad. A todas nos gusta sentirnos bien y vernos bonitas en el espejo, pero no todas se preocupan solo de su belleza. Ya lo dijo el diario Gestión el otro día: solo una de cada cinco peruanas se siente fashion. Definitivamente yo no formo parte de ese grupo. Gasto más en libros y en viajecitos que en ropa y cosméticos, y prefiero asistir a eventos culturales que al Fashion Week. No soy glamorosa, no me preocupo tanto de los últimos tips de moda, sino más bien de las cifras económicas, la responsabilidad social y cómo mejorar la calidad de informativa de mi país. Y sí, ahora me siento muy bien con mi apariencia y amo mi tamaño. Por fin sé bien quién soy. No soy una chica fashion, soy una chica cheap.

Escrito por

ianamalaga

Tengo una colección tan grande de historias personales que ya solo me queda burlarme de mí misma.


Publicado en

El Club de la Manzana

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